Un tratamiento psicológico es una intervención profesional, basada en técnicas psicológicas, en un contexto clínico (Centro de Salud Mental, Hospital, consulta privada, Asociaciones de personas afectadas, etc.). En ella un especialista, habitualmente un psicólogo clínico, busca eliminar el sufrimiento de otra persona o enseñarle las habilidades adecuadas para hacer frente a los diversos problemas de la vida cotidiana. Ejemplos de esto son ayudar a una persona a superar su depresión o reducir sus obsesiones, trabajar con una familia con conflictos entre sus miembros para que sepan comunicarse mejor, o enseñar a un adolescente a relacionarse con otros compañeros de modo más sociable y menos agresivo.

Un tratamiento psicológico implica, entre otras cosas, escuchar con atención lo que el paciente tiene que decir y buscar qué aspectos personales, sociales, familiares, etc., son responsables del problema. También supone informar al paciente sobre cómo puede resolver los problemas planteados y emplear técnicas psicológicas específicas tales como, por ejemplo, el entrenamiento en respiración o relajación, la resolución de problemas interpersonales, el cuestionamiento de creencias erróneas, el entrenamiento en habilidades sociales, etc. El empleo de fármacos no es parte del tratamiento psicológico, aunque pueden combinarse ambos tipos de terapia cuando se considera oportuno.

En resumen, los tratamientos psicológicos son aplicados por psicólogos clínicos, que son los especialistas en los problemas del comportamiento humano y que utilizan técnicas especializadas de evaluación (una entrevista, una historia clínica, tests y cuestionarios, etc.), y de tratamiento, cuya eficacia ha sido contrastada en diversas investigaciones científicas.

El tratamiento psicológico puede llevarse a cabo con personas (una sola persona), parejas, familias y grupos. Es posible combinar, según los casos y necesidades, el formato de tratamiento; así, puede realizarse un tratamiento en grupo junto con sesiones de asistencia individual. La intervención puede durar desde una o unas pocas sesiones (p.ej., en situaciones de crisis o asesoramiento) hasta varios años (en el caso del psicoanálisis). Lo más frecuente es que se extienda de 5 a 50 sesiones de alrededor de 1 hora y de frecuencia semanal. El número de sesiones depende del tipo o número de problemas y de la gravedad de éstos.

La forma habitual de tratamiento psicológico supone un contacto personal con el psicólogo. No obstante, también pueden utilizarse medios complementarios para cubrir algunos aspectos del tratamiento: teléfono, correo o Internet (e-mail, videoconferencia, Chat). El uso de estos medios, con las garantías clínicas y éticas precisas, es útil cuando el paciente: a) tiene dificultades físicas o geográficas para acudir a la consulta del profesional o su problema se lo impide (p.ej., agorafobia o fobia social severas), b) quiere seguir la terapia con el mismo terapeuta, pero debe ausentarse por traslado u otras causas, c) desea un anonimato mayor o total, d) es capaz de comunicarse eficazmente a través de los medios técnicos citados, e) posee los recursos para manejar sus problemas con el apoyo no presencial, f) presenta un trastorno no muy grave, g) desea simplemente hacer una consulta o solicitar la opinión profesional del psicólogo.

Legalmente pueden realizar un tratamiento psicológico los psicólogos y los psiquiatras. Un psiquiatra es un médico que ha completado un periodo de entrenamiento en psiquiatría en centros asistenciales después de haber realizado la carrera de medicina. Los psiquiatras han sido entrenados en diagnóstico psiquiátrico y en la administración de psicofármacos, pero su preparación en la aplicación de principios y técnicas psicológicos es mucho menor que la de los psicólogos.

Un psicólogo ha realizado la carrera de psicología, por lo que tiene un mayor conocimiento de principios y técnicas psicológicas, aunque no está capacitado para administrar psicofármacos. Muchos psicólogos de los que se dedican al tratamiento psicológico han realizado algún Máster o período de formación adicional una vez terminada la carrera, lo cual les proporciona un mejor nivel de preparación. Además, algunos psicólogos se han especializado en psicología clínica durante un periodo de entrenamiento en evaluación y tratamientos psicológicos en centros asistenciales. Estos psicólogos poseen el título de especialista en psicología clínica, título de especialista de igual grado y rango profesional y legal que el de psiquiatría, y tienen por lo tanto una mejor preparación y experiencia para aplicar tratamientos psicológicos.

El psiquiatra se ocupa, habitualmente, de diagnosticar y recetar un fármaco; y el psicólogo clínico, junto con el diagnóstico, busca analizar las dificultades específicas del paciente en su día a día y hace un plan ajustado a éstas para superarlas. Por último, el psiquiatra, habitualmente, se ocupa más de los trastornos mentales graves (psicosis, intentos de suicidio, depresiones graves, etc.), sobre todo en las fases agudas, y el psicólogo clínico de los trastornos mentales en general y de los problemas de adaptación y de las dificultades de relación.

Finalmente una advertencia importante con respecto a la figura de psicoterapeuta. Tal figura no existe como profesional de la salud. No responde a ninguna licenciatura universitaria, por lo que no ofrece garantías para el paciente ni cobertura legal para su actividad. En consecuencia, es necesario alertar sobre el intrusismo profesional de personas que no están lo suficientemente preparadas para llevar a cabo este tipo de intervenciones y que se llaman a sí mismas terapeutas, sin tener una preparación adecuada para ello.

La intervención psicológica en ansiedad, estrés o depresión, cuatro veces más eficaz que los fármacos.

Son los resultados del estudio PsicAP en el que han participado 1.200 pacientes de 28 centros salud Atención Primaria de diez Comunidades

Con el tratamiento psicológico se recupera el 70% de los pacientes, frente al 30% de éxito con pastillas.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, España es el cuarto país de Europa con más casos de depresión. Y los trastornos de ansiedad están en ascenso. Uno de cada dos pacientes que acude a atención primaria en nuestro país presenta algún problema de ansiedad, depresión o somatizaciones (síntomas físicos que no tienen un origen físico identificable). El abordaje suele habitual ser con fármacos, pese a que la evidencia científica muestra que el tratamiento más eficaz para estos problemas son las técnicas psicológicas.

Un hecho que confirma ahora el estudio o PsicAP (Psicología en Atención Primaria), cuyos resultados preliminares presentados esta mañana en el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, los resultados preliminares del ensayo clínico PsicAP, no dejan lugar a dudas. Los pacientes que tienen acceso a la intervención psicológica en Atención Primaria se recuperan de sus síntomas de ansiedad, estrés o depresión, cuatro veces más que los que reciben el tratamiento habitual con ansiolíticos o antidepresivos.

En este ensayo, financiado por la Fundación Española para la Promoción y el Desarrollo Científico y Profesional de la Psicología (Psicofundación) participan más de 200 médicos y psicólogos que han evaluado casi 1.200 pacientes de 28 centros de salud de Atención Primaria de 10 comunidades autónomas.

Los resultados preliminares, que han sido presentados por el catedrático en Psicología e investigador principal del ensayo Clínico PsicAP, Antonio Cano Vindel, demuestran claramente la mayor eficacia del tratamiento psicológico sobre el farmacológico habitual. En los 323 pacientes que han concluido el tratamiento y han pasado una evaluación completa, se ha observado que en los los trastornos de ansiedad, la intervención psicológica es tres veces más eficaz que el tratamiento habitual para reducir los síntomas. En el caso de la depresión, la eficacia es cuatro veces mayor.

Con el tratamiento psicológico se consigue recuperar en torno a un 70% de los pacientes (67% en casos de ansiedad y 72% en caso de depresión), un número tres veces mayor que con el tratamiento habitual de Atención Primaria (27,4% y 24,2%, para ansiedad y depresión, respectivamente). Además, los personas que recibieron la ayuda de psicólogos han conseguido disminuir el consumo de psicofármacos y la hiperfrecuentación de las consultas de Atención Primaria.

España es el segundo país con mayor consumo de tranquilizantes en el mundo, a pesar de que las guías clínicas desaconsejan su uso por la falta de eficacia y su capacidad para generar adicción. Hace unos días los propios médicos de atención primaria advertían sobre el alarmante incremento del consumo de psicofármacos en nuestros país.

La demanda de atención psicológica se generaliza en la sociedad, de hecho los cuatro partidos políticos mayoritarios, cuyos representantes estuvieron en la presentación de los resultados preliminares del estudio PsicAP, han solicitado la inclusión de profesionales de la Psicología en el sistema de Salud. El director general de Coordinación de la Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid, anunció esta mañana en el Ministerio, que está previsto la contratación de 21 psicólogos en atención primaria, repartidos en sendos centros de las áreas con mayor demanda. «Estamos convencidos de que la iniciativa será un éxito», adelantó. Y aclaró que serán servicios complementarios a los actuales de Salud Mental, donde los trastornos de Ansiedad, depresión y somatización, considerados menos graves, no llegan.

FUENTE : Pilar Quijada Madrid

DAVID PULIDO. A fin de divulgar cuáles son los principios que deben regir una intervención psicológica, he querido desenmascarar aquellos procedimientos que no se ciñen a la evidencia empírica y que confunden o engañan a los pacientes que acuden a consulta. Esta autocrítica de la profesión llevaba a algunos lectores a comentar la inutilidad de acudir al psicólogo en general.

Esta reflexión es bastante frecuente en todos los ámbitos. Sea porque se reciben tratamientos negligentes o porque se asiste con incredulidad al espectáculo que dan algunos medios cuando afirman hablar de cuestiones psicológicas.

Si bien, como señalaré más adelante, la responsabilidad final de que nuestra profesión no esté tan reconocida como la de otros profesionales de la salud es de los propios psicólogos, influye mucho en el debate el planteamiento de base: ¿Para qué sirve un psicólogo? ¿Qué espera uno conseguir cuando acude a consulta?

Son tres las principales funciones que la gente atribuye a la terapia: para desahogarse, para conocerse más a uno mismo y para recibir consejos. Ninguna de estas tres, por extraño que resulte, debe ser el objetivo de intervención de un buen psicólogo, ya que de ser así, no es de extrañar que la gente cuestione nuestro papel en la sociedad.

1. Hay maneras más baratas y agradables de desahogo que una consulta

Resulta muy conveniente para un psicólogo limitarse a ejercer un papel pasivo y de escucha durante meses e incluso años. Un maniquí podría hacer la misma función. ¿Y todo para qué? ¿Para que la persona se desahogue contándole a alguien sus problemas? ¿Para “sacar la angustia de dentro”? Este papel, más propio de un confesor que de un profesional de la salud, puede hacer que la persona reduzca su angustia temporalmente, pero es improbable que le sirva para solucionar nada. Y puestos a necesitar contar un problema a alguien ¿no es mejor hacerlo a un amigo delante de un café? Si precisamente buscamos el anonimato siempre podemos dar con gente en el autobús o en la barra del bar para contar lo que nos atormenta, y de manera mucho más barata e igual de efectiva. Y si no nos fiamos de nadie, siempre podemos usar internet y un pseudónimo. O el diario de toda la vida.

2. La ciencia avala que quien más conoce de ti mismo… eres tú mismo

El autoconocimiento levanta fascinación. Nos gusta que nos digan cómo somos, y cuanto más nos sorprendan, más satisfechos nos hallamos acerca de lo complejos y profundos que somos. Lamentablemente, la mayoría de esas técnicas resultan no tener rigor alguno, se basan en procedimientos burdos o esotéricos: cuando un test nos dice rasgos de nuestra personalidad, olvidamos que quien ha escrito esas respuestas somos nosotros mismos, por lo que lo que acaban diciéndonos no es más que lo que nosotros creemos que somos. A fin de camuflar esto algo más, se acaban construyendo constructos teóricos muy enrevesados que, sin embargo, tampoco han demostrado predecir nuestro comportamiento: como el psicoanálisis, que nos arroja una atractiva visión de lo oculto de nuestra mente pero choca frontalmente con todo lo que en los últimos cincuenta años se ha descubierto acerca del cerebro y de la conducta. O como el eneagrama, tan de moda entre los que ansían catalogarse con un número, y que es el descendiente directo de la astrología. Puestos a saber de nosotros es mejor preguntar a los que más nos conozcan dejando que nuestros actos hablen.

3. Los consejos vienen de la experiencia, las pautas son otra cosa

Para entender esta última atribución errónea a los psicólogos conviene distinguir una pauta terapéutica, que es aquella que un psicólogo puede darnos basado en sus conocimientos y tras una evaluación, de lo que entendemos como un consejo. Los consejos acerca de un tema concreto es mejor pedírselos a un experto en la materia. Si tengo dudas acerca de si alquilar o comprar un piso, le preguntaría a un agente inmobiliario y no a un psicólogo como si este supiera las claves del universo. Si pensamos que el psicólogo es un sabio, o incluso un oráculo, no debe extrañarnos que algunos pacientes se sientan decepcionados si ven que su terapeuta es joven o no comparte algún aspecto de su vida. ¿En qué va a basarse entonces para ayudarlos si no tiene hijos o nunca ha tenido un accidente de avión? En ese caso es mejor preguntar a alguien que tenga un recorrido vital y experiencias similares a las nuestras. Y no necesitaremos acudir periódicamente a ningún sitio.

Entonces, si ir al psicólogo no ayuda específicamente a ninguna de estas tres cosas ¿para qué sirve? ¿Que han estudiado los psicólogos durante su carrera y sus años de posgrado y especialización? Parece claro que no han leído al azar la wikipedia ni ensayado durante años la postura ideal de escucha, pero ¿qué nos puede aportar entonces ir a terapia?

Un psicólogo es aquel profesional que nos ayuda a modificar nuestra forma de comportarnos, tanto si queremos mejorar nuestra manera de afrontar las cosas como si buscamos eliminar algún problema. Y lo hace en base a los mecanismos humanos de aprendizaje, del funcionamiento fisiológico del ser humano y de los diferentes estudios contrastados que han observado a la persona y  desarrollado técnicas específicas para cada variable a modificar.

Un psicólogo ha estudiado todo eso sin necesidad de tener que haberlo experimentado. Es por tanto un experto acerca de cómo y por qué cambian las personas. Siguiendo las pautas de un psicólogo nos aseguramos la vía más rápida y directa de modificar lo que nos hace sentirnos mal y mejorar enormemente nuestra calidad de vida. Acudir a terapia sirve para cambiar un pequeño hábito o para dar solución a un problema grave que nos ha afectado desde hace tiempo, tanto si lo hemos generado nosotros, como si es algo a lo que tenemos que hacer frente.

Si la psicología es una de las ramas de la salud con más aplicaciones cotidianas ¿por qué no es tan valorada por la sociedad? ¿Por qué la gente piensa que es inútil ir a un psicólogo? Dejando aparte la relativa juventud de la disciplina y la dificultad de imponer un único modelo teórico, somos los psicólogos los que, por nuestra mala praxis, hemos acabado dando una imagen superflua y ridícula de nuestra profesión. Fundamentalmente cada vez que en consulta no hemos aplicado un método riguroso a nuestros pacientes, sino un “todo vale” o un acto de fe.

Pero también a la hora de divulgar qué es la psicología. Es difícil ser preciso en los medios de comunicación cuando se buscan titulares y no explicaciones técnicas, pero es importante distinguir nuestras opiniones personales de lo que como psicólogos podemos abordar o no. Hay límites que no debemos saltarnos y trabajos que, sencillamente, nunca deberíamos aceptar: dar evaluaciones de famosos, usar instrumentos catalogados como estafas, vender libros de consejos y no de técnicas psicológicas, participar en tertulias, televisadas o en la calle, donde no somos capaces de explicar las bases científicas de nuestra opinión… Por cada uso nefasto que se hace de la profesión, ocultamos uno que la ciencia ha desarrollado durante décadas y podría cambiar la vida de una persona.

Si con nuestra práctica y nuestras declaraciones no somos capaces de dar valor a lo que hacemos, estaremos conduciendo a la gente a pensar que un psicólogo solo es útil a alguien que no tenga amigos ni sentido común.

*David Pulido. Compagina la actividad clínica con la docente, siendo profesor del Máster de Terapia de Conducta en el Instituto de Terapia de Madrid y profesor honorario del Prácticum de la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Su actividad profesional se ha desarrollado en diversos ámbitos clínicos como centros de salud, centros de acogida de menores o gabinetes de psicología. Ejerce como divulgador de la psicología en programas de televisión como ‘Las mañanas de la 1’, ‘España Directo’ o ‘Las Mañanas de Cuatro’

No existe una pauta clara sobre cuál es el momento adecuado para pedir la ayuda profesional de un psicólogo. Se trata de una necesidad subjetiva, que no depende tanto del problema o situación por la que está pasando la persona, sino de la afectación que le supone o del grado de competencia que siente para hacerle frente.

Se aconseja si…

A grandes rasgos, una persona puede hallarse en situación de necesitar ayuda psicológica cuando existen una o varias de las siguientes condiciones:

  • Aparecen determinados síntomas que indican que algún tema no está funcionando adecuadamente en la vida de la persona o se ha planteado erróneamente. Algunos de estos síntomas son, por ejemplo, una excesiva inquietud, el insomnio, la apatía, las dificultades de concentración, una tristeza generalizada, miedo o inseguridad, entre otros.
  • Experimenta un fuerte obstáculo o dificultad en su vida y no sabe o no posee los recursos necesarios para hacerle frente.
  • Se presentan determinados problemas significativos en la relación con otras personas, como discusiones frecuentes, agresividad o problemas de comunicación.
  • Se halla frente a circunstancias difíciles de la vida, como, por ejemplo, el diagnóstico de una enfermedad grave, la muerte de un ser querido o la ruptura de una relación amorosa, entre otras.
  • Se desencadenan emociones o estados intensos y difíciles de manejar, como la tristeza, la irritabilidad, la soledad o incluso pensamientos de suicidio.
  • Ha empezado a abusar de determinadas sustancias como el alcohol o las drogas y no se siente capaz de controlar la situación.
  • Existe un deseo de profundizar y mejorar en algunos aspectos de uno mismo, para llevar una vida más plena y satisfactoria.

    Y también puede ayudar en…

    Además de las situaciones anteriormente descritas, se aconseja y suele ser beneficioso acudir al psicólogo en los siguientes casos:

    • La persona ya ha intentado solucionar el problema por los propios medios o ha solicitado la ayuda a familiares y otras personas próximas, pero ésta no ha sido suficiente para lidiar con el problema.
    • Esta dificultad supone un impedimento para continuar con el ritmo habitual de vida, afectando diferentes áreas de la misma e impidiendo que ésta sea satisfactoria.
    • Se empieza a incurrir en un estado de desesperanza, pensando que las cosas no van a cambiar o asumiendo una incapacidad para solucionarlas.
    • Ha pasado el suficiente tiempo como para no considerarlo un hecho puntual o pasajero, es decir, que esa situación vital y difícil se mantiene en el tiempo.

    Cuando ya hemos tomado la decisión

    Si ante cualquiera de éstas u otras situaciones se desea recurrir a la ayuda psicológica, se deben seguir los siguientes pasos necesarios:

    Ante todo, la persona debe admitir que se encuentra ante un problema o dificultad y que no sabe cómo solucionarlo por sus propios medios. Es imprescindible, a la vez, hacerse responsable de la situación y tener un firme deseo de querer cambiar.

    Finalmente, es importante tener en cuenta las siguientes premisas:

    • Las sesiones con un psicólogo son absolutamente confidenciales.
    • Es necesario que se cree un clima de confianza, seguridad y comprensión con el profesional.
    • El psicólogo ofrece asesoramiento y apoyo, e intenta que la persona que demanda la ayuda consiga, por sí misma y desde sí misma, el objetivo que se ha propuesto. Para ello, trabaja proporcionando recursos o utilizando determinadas técnicas y estrategias adecuadas a cada situación.
    • Consultar con un psicólogo no significa “estar loco” o necesitar esa ayuda para siempre. El acompañamiento del profesional tiene un inicio y un final.
    • En ocasiones, la persona duda sobre si la ayuda que necesita se la puede proporcionar un psicólogo. Ante esta situación, es necesaria una valoración por parte del especialista para confirmar si puede ayudarle o si necesita asistir a algún otro profesional de otra disciplina.
    • También es importante “no hacer un problema donde no lo hay”, asistiendo a consulta si no es necesario.
    • La terapia es un proceso que requiere tiempo, compromiso y dedicación para conseguir resultados satisfactorios.

    Elena Mató

    Especialista en Psicología Clínica

    Psicólogo consultor de Advance Medical

5 formas de dejar de darle vueltas a un pensamiento

Muchas veces achacamos los grandes males de la humanidad a la falta de concienciación y la ignorancia generalizada acerca de grandes problemas que deberíamos estar combatiendo desde hace mucho. Sin embargo, también se da el caso contrario: hay pensamientos recurrentes que nos llevan a sobreanalizar constantemente una misma idea, cegándonos y creando una especie de trampa mental de la que cuesta salir.

Eso es lo que ocurre cuando empezamos a darle vueltas constantemente a un pensamiento: nuestra atención queda “enganchada” en un problema que luchamos por resolver sin llegar a conseguirlo. Y si no llegamos a una solución es, entre otras cosas, porque la ansiedad que produce tener en mente la misma cosa durante largo rato afecta a nuestra capacidad de reflexionar y tomar decisiones con eficacia.

Ahora bien, este fenómeno, que en España es conocido coloquialmente como “rayarse”, puede ser detenido adoptando algunas estrategias psicológicas que nos permiten salir de ese círculo vicioso del pensamiento.

¿Por qué aparecen pensamientos que nos obsesionan?

La clase de preocupaciones que atrapan nuestra atención durante largos periodos son sorprendentemente comunes, y prácticamente todo el mundo es capaz de experimentar esta molesta sensación de sobreanalizar constantemente una idea, recuerdo o creencia.

Ahora bien… ¿por qué cuesta tanto dejar de pensar todo el rato en lo mismo cuando esto ocurre? La respuesta tiene que ver con el hecho de que controlamos menos procesos mentales de los que normalmente creemos dominar.

La gestión de la atención, en concreto, suele ser automática, y los casos en los que dirigimos el foco atencional conscientemente hacia uno u otro elemento de nuestra mente son la excepción, no la norma. En la mayoría de las ocasiones, la atención es un proceso inconsciente… y esto se aplica también a por qué es tan difícil dejar de sobreanalizar algo.

La rumiación

Casi siempre, lo que ocurre cuando no podemos dejar de pensar algo es un fenómeno psicológico conocido como rumiación. En resumidas cuentas, la rumiación es un círculo vicioso del pensamiento por el cual, cuanto más centramos nuestra atención en un problema o preocupación, aunque sea para evitar pensar en él, más asalta nuestra consciencia.

En la rumiación, de forma involuntaria vamos haciendo que un recuerdo que produce preocupación o ansiedad vaya quedando relacionado con nuestras sensaciones del presente, de manera que se van multiplicando la cantidad de referencias que nos llevan automáticamente al pensamiento que nos obsesiona.

Por ejemplo, si creemos haber quedado en ridículo ante una persona que nos atrae, la preocupación que nos produce no poder dejar de evocar ese recuerdo hace que nos comportemos tal y como lo hace una persona con ansiedad, y esas conductas nos recuerdan que estamos ansiosos por lo que nos ha ocurrido ante esa persona.

Cómo dejar de darle vueltas a lo mismo

Si lo que queremos es entrenarnos en la capacidad de mejorar nuestra capacidad de “desengancharnos” de pensamientos recurrentes, debemos tener claro que es necesario actuar tanto sobre nuestros pensamientos como en el modo en el que interactuamos con nuestro entorno y con los demás.

Estas son algunas claves para dejar de pensar todo el rato en algo que nos preocupa.

1. Muévete, literalmente.

Sal de los espacios a los que te hayas acostumbrado. De ese modo, harás que la cantidad de elementos que te recuerdan esa preocupación caigan en picado, y podrás exponerte a otros entornos con elementos neutrales, que no has asociado a ningún recuerdo en particular.

De hecho, si sales a pasear por espacios naturales y con mucha vegetación, multiplicarás los efectos positivos de esta estrategia, ya que en esta clase de ambientes prácticamente no hay elementos que nos recuerden a nuestra vida en casa, la oficina o las situaciones sociales en zonas urbanizadas. Además, la calma que transmite la naturaleza y la pureza del aire contribuyen a rebajar los niveles de ansiedad, haciendo que salgamos del bucle.

2. Reflexiona sobre lo innecesario de obsesionarse.

En ciertas personas, la costumbre de sobreanalizar algo se ve agravada por la creencia de que esos rituales mentales son útiles y beneficiosos. Es por eso que merece la pena dedicar un tiempo a reflexionar sobre la inutilidad del pensamiento en bucle, cuyo único resultado es un aumento de la ansiedad. Es necesario entender que se tiene un problema (no necesariamente un trastorno mental) y que ese problema tiene que ver con la excesiva preocupación, la ansiedad y la regulación de la atención, que siempre se focaliza en aspectos negativos o interpretados como problemas.

3. Céntrate en aficiones apasionantes.

Busca entretenimientos que atrapen totalmente tu atención y dedícate a ellos. Deportes, juegos mentales, aficiones relacionadas con la exploración… Esto permitirá que te vayas acostumbrado a mantener el foco atencional alejado del pensamiento obsesivo durante largos ratos.

Eso sí, es mejor que no te centres tan solo en una afición, ya que eso podría hacer que esta se convierta en otra referencia de tu preocupación.

4. Practica Mindfulness.

El Mindfulness se ha mostrado eficaz para reducir los niveles de ansiedad, y por eso es un recurso valioso para dejar de sobreanalizar un mismo problema, ya que permite que nuestra mente haga “reset”.

5. Crea cadenas de pensamiento productivo.

Cada vez que notes que la ansiedad se acerca, crea secuencias de pensamiento productivo orientadas a metas a corto plazo. Eso significa que debes pensar en un proyecto, lo dividas en diferentes sub-objetivos y te concentres siempre en orientar tu pensamiento a la consecución de esas metas. Si ante una idea que se te ocurra la respuesta a la pregunta de “¿me ayuda esto a cumplir con mi cometido?” es “no”, deséchala y busca otra.

Fuente: Arturo Torres.psicólogo. psicologiaymente.net

Síndrome del impostor: cuando no damos valor a nuestros éxitos.

Aunque no se trata de un trastorno clínico per se (al no encontrarse clasificado nosológicamente en ningún tratado médico o de diagnóstico clínico) el síndrome del impostor se precisa como el disgusto psíquico y emocional que ha sido directamente relacionado a la emoción individual de no ser merecedor del lugar (y/o reconocimientos) que el paciente se encuentra ocupando o gozando (por fruto de sus habilidades personales) en los niveles laboral, académico y social.

Síndrome del impostor: un trastorno aún no reconocido.

Entonces, si dicha condición no aparece clasificada en los diferentes manuales de diagnóstico clínico, ¿cómo es posible hablar de ella? Es debido a que bajo dicho término se han agrupado una serie de síntomas clínicos que causan malestar emocional el cual, por sus características difiere de los trastornos conocidos y clasificados, pero genera angustia en el paciente.

La epidemiología es indistinta entre profesionales y no profesionales, tampoco distingue entre hombres y mujeres y, aproximadamente, siete de cada diez personas lo han sufrido en algún momento de sus vidas.

Este síndrome suele aparecer en estudiantes con excelentes notas y, en mayor medida, en profesionales exitosos; se sabe que su aparición tiene una alta correlación con la baja autoestima y el pobre autoconcepto del individuo.

Una modestia patológica

Otro factor importante para su aparición suele ser la actitud despectiva o crítica por parte de personas que comparten el entorno del sujeto trastornado que envidian sus logros.

La persona que se encuentra sufriendo dicha condición siente que nunca está a la altura de todo lo que goza fruto de su éxito y capacidades. El individuo tiene la persistente sensación de no ser lo suficientemente bueno en lo que hace, además de catalogarse como inútil o incapaz; además, se acusa a sí mismo de ser un impostor, un completo fraude en todo lo que realiza.

En éste síndrome, el paciente asume con toda seguridad que su éxito es cuestión de suerte y azar y nunca por causa de su propia inteligencia y habilidades.

Síntomas

Algunos de sus síntomas más frecuentes son los siguientes:

  • La constante creencia de que los logros y éxitos no son merecidos; el individuo considera que dichos aciertos son debido a la suerte, al azar, o a que otras personas dentro del círculo en el que se desenvuelven y que consideran más poderosos que ellos les han ayudado a conseguirlos, desvalorizando así sus capacidades individuales.
  • Recurrente falta de confianza en las propias competencias.
  • Miedo permanente a que las demás personas que pueden estar siendo “engañadas” por el individuo descubran su “fraude”.
  • Constante inseguridad y falta de confianza en el ámbito académico, laboral y social.
  • Persistentes expectaciones de fracaso seguro ante situaciones similares las cuales han sido superadas con éxito por el propio individuo en eventos anteriores.
  • Baja autoestima.
  • Sin razón aparente aparecen cuadros sintomáticos de corte negativo tales como: ansiedad, tristeza, desesperanza, etc.

¿Cómo superarlo?

Curiosamente, esta sensación de no estar lo suficientemente preparado desaparece a medida que pasa el tiempo y el individuo obtiene más experiencia en el campo en el que se desenvuelve.

Para superar la condición, es importante que el individuo no rechace ni ignore cumplidos o felicitaciones, debe de aceptarlas, ¡son fruto de su esfuerzo!

Es importante que la persona ayude a los demás, así, al obtener un resultado en conjunto irá moldeando sus pensamientos al darse cuenta que la otra persona ha logrado su objetivo por la intervención de aquel que padece el síndrome, así, se irá desarraigando poco a poco la falsa idea de que el éxito es por causa del azar.

Fuente : David Espinoza .psicologiaymente.net

Todas las personas saben lo que es sentir ansiedad: los hormigueos en el estómago antes de la primera cita, la tensión que usted siente cuando su jefe está enfadado, la forma en que su corazón late si usted está en peligro. La ansiedad le incita a actuar. Le anima a enfrentarse a una situación amenazadora. Le hace estudiar más para ese examen y lo mantiene alerta cuando está dando un discurso. En general, le ayuda a enfrentarse a las situaciones.

Pero si usted sufre de trastorno de ansiedad, esta emoción normalmente útil puede dar un resultado precisamente contrario: evita que usted se enfrente a una situación y trastorna su vida diaria. Los trastornos de ansiedad no son sólo un caso de «nervios». Son enfermedades frecuentemente relacionadas con la estructura biológica y las experiencias en la vida de un individuo. Existen varios tipos de trastornos de ansiedad, cada uno con sus características propias.

Un trastorno de ansiedad puede hacer que se sienta ansioso casi todo el tiempo sin ninguna causa aparente. O las sensaciones de ansiedad pueden ser tan incómodas que, para evitarlas, usted hasta suspenda algunas de sus actividades diarias. O usted puede sufrir ataques ocasionales de ansiedad tan intensos que lo aterrorizan e inmovilizan.

Muchas personas confunden estos trastornos y piensan que los individuos deberían sobreponerse a los síntomas usando tan sólo la fuerza de voluntad. El querer que los síntomas desaparezcan no da resultado, pero hay tratamientos que pueden ayudarlo.

Ansiedad Generalizada

«Yo siempre pensé que era aprensivo. Me sentía inquieto y no podía descansar. A veces estas sensaciones iban y venían. Otras veces eran constantes. Podían durar días. Me preocupaba por la cena que iba a preparar para la fiesta o cuál sería un magnífico regalo para alguien. Simplemente no podía dejar nada de lado».

«Tenía serios problemas para dormir. Hubo ocasiones en que despertaba ansioso en la mañana o en la mitad de la noche. Me costaba trabajo concentrarme aún mientras leía el periódico o una novela. A veces me sentía un poco mareado. Mi corazón latía apresuradamente o me golpeaba en el pecho. Esto me preocupaba aún más».

El Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) es mucho más de lo que una persona normal con ansiedad experimenta en su vida diaria. Son preocupación y tensión crónicas aún cuando nada parece provocarlas. El padecer de este trastorno significa anticipar siempre un desastre, frecuentemente preocupándose excesivamente por la salud, el dinero, la familia o el trabajo. Sin embargo, a veces, la raíz de la preocupación es difícil de localizar. El simple hecho de pensar en pasar el día provoca ansiedad.

Las personas que padecen de TAG no parecen poder deshacerse de sus inquietudes aún cuando generalmente comprenden que su ansiedad es mas intensa de lo que la situación justifica. Quienes padecen de TAG también parecen no poder relajarse.

Frecuentemente tienen dificultad en conciliar el sueño o en permanecer dormidos. Sus preocupaciones van acompañadas de síntomas físicos, especialmente temblores, contracciones nerviosas, tensión muscular, dolores de cabeza, irritabilidad, transpiración o accesos de calor. Pueden sentirse mareadas o que les falta el aire. Pueden sentir náuseas o que tienen que ir al baño frecuentemente. O pueden sentir como si tuvieran un nudo en la garganta.

Además depresión…

La depresión frecuentemente acompaña a los trastornos de ansiedad y, cuando esto sucede, también debe atenderse. Los sentimientos de tristeza, apatía o desesperanza, cambios en el apetito o en el sueño así como la dificultad en concentrarse que frecuentemente caracterizan a la depresión pueden ser tratados con efectividad con medicamentos antidepresivos o, dependiendo de la severidad del mal, con psicoterapia. Algunas personas responden mejor a una combinación de medicamentos y psicoterapia. El tratamiento puede ayudar a la mayoría de las personas que sufren de depresión.

Muchos individuos con TAG se sobresaltan con mayor facilidad que otras personas. Tienden a sentirse cansados, les cuesta trabajo concentrarse y a veces también sufren de depresión.

Por lo general, el daño asociado con TAG es ligero y las personas con ese trastorno no se sienten restringidas dentro del medio social o en el trabajo. A diferencia de muchos otros trastornos de ansiedad, las personas con TAG no necesariamente evitan ciertas situaciones como resultado de su trastorno. Sin embargo, si éste es severo, el TAG puede ser muy debilitante, resultando en dificultad para llevar a cabo hasta las actividades diarias más simples.

El TAG se presenta gradualmente y afecta con mayor frecuencia a personas en su niñez o adolescencia, pero también puede comenzar en la edad adulta. Es más común en las mujeres que en los hombres y con frecuencia ocurre en los familiares de las personas afectadas. Se diagnostica cuando alguien pasa cuando menos 6 meses preocupándose excesivamente por varios problemas diarios.

Padecer de TAG siempre quiere decir anticipar desastres, frecuentemente preocuparse demasiado por la salud, el dinero, la familia o el trabajo. Las preocupaciones frecuentemente se presentan acompañadas de síntomas físicos tales como temblores, tensión muscular y náusea.

En general, los síntomas de TAG tienden a disminuir con la edad. Un tratamiento acertado puede incluir un medicamento llamado buspirone.Se están llevando a cabo investigaciones para confirmar la efectividad de otros medicamentos como benzodiazepinas y antidepresivos. También son útiles la técnica de terapia de cognitivo conductual, las técnicas de relajamiento y de retroalimentación para controlar la tensión muscular.

¿Qué es un ataque de pánico?

Síntomas de un ataque de pánico

Palpitaciones
Dolores en el pecho
Mareos o vértigos
Náusea o problemas estomacales
Sofocos o escalofríos
Falta de aire o una sensación de asfixia
Hormigueo o entumecimiento
Estremecimiento o temblores
Sensación de irrealidad
Terror
Sensación de falta de control o estarse volviendo loco
Temor a morir
Transpiración

Quienes padecen de trastornos de pánico experimentan sensaciones de terror que les llegan repentina y repetidamente sin previo aviso. No pueden anticipar cuando les va a ocurrir un ataque y muchas personas pueden manifestar ansiedad intensa entre cada uno al preocuparse de cuando y donde les llegará el siguiente. Entre tanto, existe una continua preocupación de que en cualquier momento se va a presentar otro ataque.

Cuando llega un ataque de pánico, lo más probable es que usted sufra palpitaciones y se sienta sudoroso, débil o mareado. Puede sentir cosquilleo en las manos o sentirlas entumecidas y posiblemente se sienta sofocado o con escalofríos. Puede experimentar dolor en el pecho o sensaciones de ahogo, de irrealidad o tener miedo de que suceda una calamidad o de perder el control. Usted puede, en realidad, creer que está sufriendo un ataque al corazón o de apoplejía, que está perdiendo la razón o que está al borde de la muerte. Los ataques pueden ocurrir a cualquier hora aún durante la noche al estar dormido, aunque no esté soñando. Mientras casi todos los ataques duran aproximadamente dos minutos, en ocasiones pueden durar hasta 10 minutos. En casos raros pueden durar una hora o más.

Usted puede en realidad creer que está sufriendo un ataque al corazón, que está volviéndose loco o que está al borde de la muerte. Los ataques pueden ocurrir a cualquier hora aún durante la noche al estar dormido, aunque no esté soñando.

El trastorno de pánico ataca cuando menos al 1.6 por ciento de la población y es doblemente más común en las mujeres que en los hombres. Puede presentarse a cualquier edad, en los niños o en los ancianos, pero casi siempre comienza en los adultos jóvenes. No todos los que sufren ataques de pánico terminan teniendo trastornos de pánico; por ejemplo, muchas personas sufren un ataque y nunca vuelven a tener otro. Sin embargo, para quienes padecen de trastornos de pánico es importante obtener tratamiento adecuado. Un trastorno así, si no se atiende, puede cronificarse y generar un excesivo deterioro.

El trastorno de pánico frecuentemente va acompañado de otros problemas tales como depresión  y puede engendrar fobias, relacionadas con lugares o situaciones donde los ataques de pánico han ocurrido. Por ejemplo, si usted experimenta un ataque de pánico mientras usa un ascensor, es posible que llegue a sentir miedo de subir a los ascensores y posiblemente empiece a evitar usarlos.

Las vidas de algunas personas han llegado a hacerse muy restringidas porque evitan actividades diarias normales como ir al mercado, conducir, en algunos casos hasta salir de su casa. O bien, pueden llegar a confrontar una situación que les causa miedo siempre y cuando vayan acompañadas de su cónyuge o de otra persona que les merezca confianza. Básicamente, evitan cualquier situación que temen pueda hacerles sentirse indefensas si ocurre un ataque de pánico. Cuando, como resultado de este trastorno, las vidas de las personas llegan a ser tan restringidas como sucede en casi una tercera parte de las personas que padecen de trastornos de pánico, se le llama agorafobia. Un tratamiento oportuno al trastorno de pánico puede frecuentemente detener el progreso hacia la agorafobia.

Se han hecho estudios que demuestran que un tratamiento adecuado, como la  terapia de cognitivo conductual, medicamentos o posiblemente una combinación de ambos, ayuda del 70 al 90 por ciento de las personas con trastornos de pánico. Se puede apreciar una significante mejoría entre 6 a 8 semanas después de iniciarse el tratamiento.

Los medios usados en la terapia de cognitivo conductual enseñan al paciente a ver las situaciones de pánico de manera diferente y enseñan varios modos de reducir la ansiedad, por ejemplo haciendo ejercicios de respiración o acudiendo a técnicas que dan nuevo enfoque a la atención. Otra técnica que se usa en la terapia de cognitivo conductual, conocida como terapia de exposición frecuentemente puede mitigar las fobias resultantes de un trastorno de pánico. En la terapia de exposición, se expone poco a poco a las personas a la situación temida hasta que llegan a hacerse insensibles a ella.

La terapia cognitiva ayuda a controlar los comportamientos intelectuales que favorecen el mantemiento y crecimiento del miedo (anticipación, exageración, pesivismo, conductas de ‘enfermo-crónico’ (ser cuidado, abandono, huida, auto-resignación y auto-compadecencia), fenómenos ‘lupa’ o de hipersensensibilidad.

Descompone el agua desbordada de la ansiedad en distintos afluentes (pensamientos negativos, confusión con enfermedad mental o enfermedades graves, asociación y memoria, manipulación emocional a traves de la imaginación negetariva, construcción de una imagen propia débil e impotente, castigo que representa la intolerancia y la ira hacia los ataques, etc.) y la persona aprente a controlar estas distintas partes para producir un efecto general de disminucion de intesidad y frecuenta de los ‘ataques’ y sobreto la forma radicalemente distinta de vivirlos.

Algunas personas encuentran el mayor alivio a los síntomas del trastorno de pánico cuando toman ciertos medicamentos recetados por el médico (aunque pueden también tener desarrollar hacia ellos una conducta supersticiosa de dependencia). Esos medicamentos, al igual que la terapia cognitivo conductual, pueden ayudar a prevenir ataques de pánico o a reducir su frecuencia y severidad.

Fuente: «National Institute of Mental Health»